Aspecto de las obras hace 33 años (Foto M Garbayo) |
La labor
fue de gran envergadura, sobre todo en la zona de las galerías medievales que
quedaron descubiertas al público. Se tardó mucho en impermeabilizarlas y en
colocar los miles de adoquines que los obreros instalaron bajo la supervisión
de “Perurena”, que era el sobre nombre que los socarrones olitenses encajaron
al reputado Mangado por las infinitas veces que “levantaba y volvía a recolocar
las piedras” hasta lograr una ubicación exacta, empeño que a
los vecinos recordaba al harrijasotzaile de Leitza.
Al final el cuestionadísimo trabajo terminó no
sin chanzas, porque las mujeres no podían pasear por la Plaza con tacones altos,
decían unos, o porque era muy incómodo el piso para los mayores o los carritos
de bebés, reprochaban otros. A los años, igual que en la Plaza del Baluarte de
Iruña del mismo autor, hubo que rematar la tarea con unos pasillos de losa
plana para que el tránsito fuera cómodo entre el mar de aristas adoquinadas, lo que
contribuyó a que las críticas de muchos pasaran al recuerdo, como la foto de hace
33 años.
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