La primera persona que ha aparecido con mascarilla en la
calle San Francisco de Olite/Erriberri ha sido una mujer de
mediana edad. “Me la ha recetado el médico, que soy asmática”, ha justificado
rápido. Después, a lo largo de la jornada, los afectados por el maldito
coronavirus se han multiplicado en los noticiarios como los panes y los peces
de la biblia. Viene una ola de lejos que crece y no sabemos si nos mojará los
pies o nos tragará.
En los
colegios, la universidad o las clases de euskera, los alumnos han aprendido a
tomar la lección de forma telemática, por internet. Durante dos semanas se
pasará los apuntes a través de la red. En la calle, la gente se para poco, como
recomiendan las autoridades, y a los dicharacheros se les mira con reserva.
Cada uno va a lo suyo y detenerse demasiado es casi riesgo de contagio.
Hay
personas que se resiste a todo esto, que no cree en los estados de alarma que
ha dictado el presidente del Gobierno. Acuden al bar, como si nada, mientras el
tabernero piensa qué será de él mañana. En Madrid han cerrado las terrazas y
echado las persianas. Las asociaciones profesionales recomiendan lo mismo que
en Italia.
El
Ayuntamiento ha ampliado las medidas que ayer parecían enérgicas y que en 24
horas han quedado modestas. Todo vuela, corre de prisa. El próximo lunes ya no
habrá atención presencial en la oficina municipal, se ha candado el parque y
también suspendido el mercadillo de fruta y ropa del miércoles. Conviene, en
aras de atacar el virus, “no socializar” mucho y retraerse en casa, ese es el
mensaje de los que mandan. Este fin de semana también han suspendido el Día del
Árbol, tampoco habrá un concierto coral ni el cine anunciado.
Después de
que Pedro Sánchez haya salido en la tele anunciando el estado de alarma, por la
tarde, en la calle había menos gente todavía. Si a caso el último turista
despistado o inconsciente. En el bar resiste algún terco y, cerca, atraviesa la
plaza un hombre con la bufanda subida hasta los ojos aunque, en este marzo
loco, tengamos una temperatura de primavera avanzada.
El miedo es
libre y los comerciantes autónomos. Esto no es la Seat ni la Volkswagen. Esta
gente no tiene expedientes de regulación ni nadie paga el tiempo que cierren. Trabajan
sin red. Los tenderos se devanan los sesos entre aguantar hasta que puedan o
irse ya a casa. Todas opiniones se respetan. Están a lo que ordenen. En las droguerías
y farmacias la gente pide geles desinfectantes, alcohol o mascarillas. No hay
desde hace tiempo. En algunos puntos se guardan reservas. Varios dicen que el
pico llegará dentro de dos semanas. Que esto acaba de empezar. Habrá que ser
fuertes. En la dificultad se conoce la pasta de la gente y la del coronavirus
que nos mira a los ojos. ¡Qué tiempos tan excepcionales y raros nos tocan!