Delante del
Mesón, que ahora en la planta baja ocupa un conocido banco, los olitenses montaban
un tablado de madera a modo de grada, que se llenaba de gente a reventar para
ver en primera fila los festejos taurinos, como se aprecia en la foto de hace
aproximadamente cien años.
Normalmente
el ganado era conducido de pueblo en pueblo por las cañadas. Los pastores
viajaban a pie o caballo. La llegada a la localidad, en los días previos al 13
de septiembre, era todo un acontecimiento. El Ayuntamiento compraba varias
reses, que luego solían matar en la Plaza las cuadrillas de mozos. El patio del
Mesón hacía de chiquero y en su interior se guardaban muchas veces los animales.
Si en la planta baja, frente a la fachada, se colocaba el tablado para los más
taurinos, en la larga balconada superior solían estar las mujeres y niños que
llenaban el espacio a modo de palco.
El antiguo
Mesón fue un edificio singular, que dio cobijo a personajes relevantes como el
poeta Gustavo Adolfo Bécquer (Sevilla, 1836-Madrid, 1870). De su paso por la
localidad nació “El castillo Real de Olite (Notas de un viaje por Navarra)”,
publicado en 1866, que tomó las ruinas del Palacio como excusa para un pequeño
escrito. Incluyó, también, una reseña en la que constataba que la posada era
una copia fiel de los históricos mesones, aunque la comida y la cama fueran de
mejor calidad en el olitense.
La Posada o Mesón tenía en la parte trasera una salida por
un arco que daba al Canino Real, actual travesía, por la que penetraban los
carruajes y las diligencias que traían a los viajeros al pueblo. En el establo,
el mismo que luego albergó a las vacas de fiestas, los caballos encontraban
buen pienso y los arrieros lecho.
La dependencia municipal salía a subasta periódicamente y
el Ayuntamiento supervisaba el trabajo de los mesoneros, el estado de las camas
y los pesebres. En 1766, escribió Alejandro Díez en “Olite, historia de un
reino”, el alcalde Francisco Ignacio Galdeano Mencos propuso el emplazamiento
en la Plaza del nuevo edificio que era propiedad de Isidoro Yracheta. El
maestro Manuel Oloriz tasó la obra en 41.342 reales.
El edificio siempre fue uno de los mejores del pueblo, con
amplias bajeras y abundantes habitaciones. Los balcones daban a este espacio señalado
en el que se tomaba pulso a la vida municipal. Construido con ladrillo, pronto
se convirtió en uno de los caserones más representativos. En 1792, los bajos se
remodelaron para albergar partidas de soldados que paraban en el municipio y,
de paso, liberar así a los paisanos del alojamiento de militares en domicilios
privados.
Valero Simón arrendó por 208 pesos anuales el Mesón después
de la guerra de la Francesada con la condición, entre otras, de reservar un
granero de abastos si era necesario para el municipio. También se comprometió a
ofrecer buen hospedaje “de cama y comercio y trato, pagando lo que fuera justo,
y por la cebada y paja que tomasen para las caballerías su precio será el que
arregle el Ayuntamiento mensualmente ...”.
El ventero tenía blindado el servicio, ya que ningún vecino
podía hospedar en su casa “a ningún género de arrieros, carreteros, caleseros u
otras personas que acudan por oficio y utilidad, porque precisamente deberán ir
a hospedarse al mesón, so pena de cuatro ducados”.
En control de los precios preocupó en ocasiones al
Ayuntamiento, que quería evitar abusos para que los viajeros se acercaran a
Olite/Erriberri a pernoctar más. En 1830 le pidió cuenta en este sentido al
posadero Manuel Fadrique que, al parecer, se había pasado en la tarifa que
cobraba cara a los transeúntes.