Un desbordamiento como el del río Cidacos del pasado día 8
remueve mil sentimientos en Olite/Erriberri y en cualquier municipio por el que
arrasa. Primero empuja chorros de emociones transparentes, que van del miedo a
la solidaridad, del no saber cómo reaccionar en plena noche a ayudar a quien
está con el agua al cuello.
Luego la
corriente remansa un poco y enturbia. Se evalúan los primeros daños y la luz
del día ilumina solidaridad. Cientos de personas, sobre todo jóvenes, se lanzan
a limpiar barro en la “zona cero” del barrio de Venecia, a ayudar en los
trasteros anegados de la calle Ujué, en el Chino o la Feria. Son efectos, los
mejores, tras la conmoción primera. Los más ejemplares, si duda, y los que más
han destacado los medios. Es el auzolan que hemos visto en la tele, en el móvil
o en las fotos, en Olite/Erriberri y en Tafalla o la Valdorba, en Beire y en
Pitillas, aunque injustamente se presta menos atención a los municipios pequeños.
La riada,
por debajo primero y luego sin tapujos, al tiempo saca a flote resquemores de
quienes han perdido mucho y, con otra oportunidad, los de quienes a río revuelto
pescan disputas. Lo mejor y lo peor de la condición humana también pasa con la
avenida del agua y lodo. Hay quien busca al vecino para darle la mano sin
mirar su nombre, algunos indagan subvenciones, exploran ayudas para paliar
daños y otros, qué pena, claman por derroteros oscuros que dividen.
En momentos críticos los grandes pueblos se ayudan. Hay muchos ejemplos en localidades, mayores y menores, que nos rodean, que aguantan con la templanza de afrontar la desgracia juntos. Lo otro, la grieta por la que entra otra vez la riada, es una desgracia sobre la desgracia. Todos merecemos más.
En momentos críticos los grandes pueblos se ayudan. Hay muchos ejemplos en localidades, mayores y menores, que nos rodean, que aguantan con la templanza de afrontar la desgracia juntos. Lo otro, la grieta por la que entra otra vez la riada, es una desgracia sobre la desgracia. Todos merecemos más.