lunes, 18 de septiembre de 2017

CUANDO LAS VACAS “MUERDEN”

Secuencia 1. Jesús Pérez llama a la vaca en la Plaza 
“Cuidado, txikito, que estas vacas tienen mucha escuela y muerden” avisa con sorna un cuadrilla de hombres octogenarios atrincherada estos días de fiestas tras la valla que hay en los porches de la Plaza de Olite/Erriberri, un día cualquiera de encierro. Hasta el mayor antitaurino del pueblo, que no saltará nunca el parapeto, tiene que reconocer que la “hora de las vacas” atrae más espectadores que los partidos del Erri Berri y se consuela porque, al menos, el trote de reses por el casco antiguo es menos cruento que el degüello taurino en los cosos, que llaman arte.
Secuencia 2 Pérez es rodeado por la manada
            Las vacas de pueblo son como un imán que todo atrae, un huracán que abre su ojo en el centro del ágora público, que hipnotiza hasta al que no siente y absorbe más que cualquier Twitter, Facebook e Instagram juntos. Así es de potente ahora y de por siglos. Sesenta minutos de vaquillas cuesta más de mil euros y se pagan casi sin dolo, aunque ya no corran tantos mozos como antes y algunos ayuntamientos tengan, incluso, que subvencionar valientes.
            Los bancos corridos que había en esta plaza de Olite, aquellos pintados de rojo y verde, salvaron a muchos torerillos del “zarrapoteo” de las hijas de Macua, bautizadas con nombres tan sugerentes como “Curra”, “Roya”, “Artillera”, “Chula” o “Cariñosa. Era un ganado habitualmente magro, de asta fina y elevada, más resabiado que inteligente, que cuando el recortador se despistaba, trastabillaba o salía algo alegre de vino... , zasca, voltereta y al galeno.
            En fiestas de 1964, hace ya más de medio siglo, el susto se lo dieron las vacas a Ángel Jiménez, veterano cronista local que hoy aguanta 86 tacos. Cuenta su amigo Jesús Pérez que en la entrada de la casa que hay al lado del bar La Fragua, en la Plaza, había un corralillo. Y para allá se fue el animal buscando la libertad y halló al bueno de Jiménez, al que le dio con gusto hasta que Pérez la sacó a limpio palo, momento en el que el salvador fue rodeado por el resto de la manada en el banco que había delante del portal. Un joven Antonio  Gabari, José Luis García “Dondeandas” y Pérez, todos con el rostro más blanco que la camisa, aparecen en las fotos de las fiestas de 1964.