Cuando en 1425 se sentaron en el
trono Blanca y Juan la situación del Reyno era precaria y todavía entró más en
crisis con el inicio de hostilidades contra el rey castellano, momento en el
que la reina tuvo que vender en Barcelona parte del tesoro para saldar una
deuda de 15.000 florines, como ha recordado una y mil veces el especialista en
los Evreux Mikel Zuza.
Todos los
fondos fueron dilapidados en una campaña militar desastrosa para Navarra, que
acarreó enormes gastos y la destrucción de pueblos que estaban en la muga de influencia castellana, como Corella o Uharte Arakil.
La reina,
no obstante, mantuvo la corona personal que en su testamento de 1439 legó a su
hijo como descendiente directo de la dinastía y llamado a heredar el trono, algo
que se encargó de dinamitar el padre.
La corona
de oro de la reina de Navarra estaba cargada de perlas y piedras preciosas y, a la vez que ella, Blanca trasmitió al Príncipe “todas la obras, joyas, baxiella de
oro e plata, paramentes e cosas contenidas en un inventario feyto de la mano
del maestro Symon de Leoz”.