domingo, 25 de septiembre de 2022

CRÓNICA DE LAS PINTURAS DESPEGADAS DE SAN PEDRO

Bóveda artificial en el Museo de Navarra
La restauración de la ermita de Santa Brígida (s. XIII) fue una buena excusa para asistir en marzo a la charla que en la Casa de Cultura organizó el Ayuntamiento. Allí brotó la chispa. El arquitecto ponente, entre mil asuntos, también habló de los murales que en los años 40 del siglo pasado se extrajeron de forma curiosa de la iglesia de San Pedro y adornan hoy dos salas de Museo de Navarra. Lanzó que, de alguna forma, podrían revertir a la capilla de la virgen del Campanal. Dijo que la técnica avanza una barbaridad y, como ya se ha experimentado en San Martín de Artaiz, ahora es posible hacer algo parecido a una gran calcomanía y, ¡zas!, repegar los murales en la bóveda actualmente vacía. Algún parroquiano ya había hablado de la idea hace tiempo, pero con poca decisión...

Capilla del Campanal en la iglesia olitense
           Las pinturas medievales extraídas volvieron otra vez meses después. La sección Diario del Recuerdo del periódico de Cordovilla refrescó la noticia de una exposición de murales, entre ellos los de San Pedro, inaugurada en julio de hace 75 años en Pamplona. Estaban los olitenses pero también otros arrancados de la misma forma del claustro de la Catedral, de la iglesia de San Saturnino o de Artajona. Antes, esta muestra “excepción de la pintura en Occidente” (dixit el diario) había estado en Museo de Arte Moderno de la Ciudadela de Barcelona y en la Real Academia de Bellas Artes de Madrid.

           Y recordé entonces la visita que en enero de 2019 organizó la concejala de Cultura al Museo de la cuesta de Santo Domingo y, otra vez la chispa, me vino a la cabeza que ya nos habían presentado. En el recorrido por la segunda planta nos saludamos por primera vez. Allí estaban preciosas las pinturas despegadas de los muros de la iglesia donde mi abuela Amparo, sampedrera pata negra, se empeñó que me bautizaran. Unos murales hermosos, emplazados sobre una reproducción exacta de la cúpula de la capilla del Campanal para acomodar un pantocrátor bien rodeado de santos y hasta reyes magos. Una preciosidad del pintor conocido como Primer Maestro de San Pedro (s.XIII) y, en la sala de al lado, todo el espacio reservado al más delicado y vistoso Segundo Maestro (s.XIV).

            A los días cayó en mis manos un reportaje que guardaba en la carpeta de recortes de interés. Las casualidades se hilvanan solas cuando siguen a la chispa que ilumina la idea. Firmaba el escrito publicado en mayo un tipo interesante que conocí con coleta, Carlos J. Martínez Álava. Director de Patrimonio de Cultura en la anterior legislatura, ahora profesor de instituto, coordinó en 2019 el libro sobre la restauración de las pinturas de la portada de la iglesia de Santa María. Hizo un trabajo excelente de saturación de colores y descubrió, por ejemplo, que la obra tenía fecha exacta porque lo ponía bajo la Virgen (1330). En la moldura inferior del tímpano halló una frase parcial muy novedosa. La portada pudo ser obra del pueblo, no de reyes que estaban en París ni de obispos ajenos, sino del poner civil, del alcalde,  jurados y bailes, junto al capellán mayor Nagusia del que bien se  distingue en la piedra el apellido. Un tipo aportador este Martínez Álava.

Sala con las pinturas en el museo
            Bueno, recojo hilo y regreso al reportaje que el profe de Mendillorri firmaba en Diario de Navarra sobre los “Arranques de pinturas murales, entre la destrucción y la conservación” con el me volvió a dar luz sobre las nuestras de San Pedro ahora en Pamplona. Escribe Carlos J. que esta práctica “muy invasiva” fue frecuente en la primera mitad del siglo XX. Con el argumento de salvar el fresco se arrancaron de sus lugares grandes superficies de pinturas, muros enteros, complicadas bóvedas, que se trasportaban fácilmente en rollos. La película resultante, como si fuera una gran pegatina, se adhería después al nuevo soporte, en este caso una habitación construida a propósito en el Museo. La nueva pintura, advierte el experto, recoge las principales características del original auque altera elementos y, por ejemplo, cambia la textura que nuca será igual que la de la capilla de Olite.

            ¿Pero quién era capaz de hacer hace 75 años tan compleja labor? El profesor apunta con su candil. Cuenta que los primeros arranques fueron en Cataluña. Extirparon pinturas románicas de pequeños pueblos del Pirineo para llevarlas a Barcelona donde se conformó el embrión del Museo Nacional de Arte de Cataluña. En 1941 es cuando Navarra se interesó. Príncipe de Viana encargó al taller catalán de Ramón Gudiol Ricart la extracción de originales del Palacio de Oriz. Será la primera de una lista que también tocará en 1944 la catedral de Pamplona, Artajona y llegará a Olite.

            Tras salir en 1947 de los talleres Gudiol, el conjunto se expuso en la propia Barcelona, Madrid y Pamplona, como recordó la reseña de Diario de Navarra. Para no disgregar la muestra la institución Príncipe de Viana de la Diputación pidió a la diócesis que se las trasmitiera a cambio, entre otras negociaciones, de saldar la deuda que había contraído al organizar en Pamplona la Coronación de Santa María. Los murales por un donativo de 1,1 millones de pesetas.

            Y en este momento del texto Martínez Álava señala un asunto más sucio, que al parecer era conocido en círculos pequeños. Tras el arranque de las pinturas “oficiales” hubo casos, como en Olite, de segundas extracciones que quedaban “en el limbo”. El restaurador, presuntamente, recolocaba luego algunas en compradores particulares de Barcelona. “¿Fueron legales los segundos arranques y su posterior comercialización? Da la impresión de que no”, se moja el autor del escrito.


            No fue Martínez Álava el descubridor de esta práctica, cuando menos, poco ética. Aproximadamente 35 años antes, constata el profesor, la catedrática de Historia del Arte Antiguo y Medieval de la Universidad de Zaragoza Mª Carmen Lacarra Ducay ya sacó este feo asunto. Reveló la existencia en coleccionistas privados de segundos arranques navarros, entre ellos una Presentación de Jesús en el templo, una Epifanía, el Anuncio de los pastores y el Nacimiento de Cristo, todos, del Segundo Maestro de San Pedro de Olite (1340-1360).

            En internet se puede acceder a su estudio. Lacarra explica que tras la extracción primera los técnicos hacían otra de escenas menores del mural. El primer arranque volvía restaurado al Museo que había hecho el contrato y los demás se desviaban a particulares. Son pocos los casos que han salido a la luz. La catedrática, ya jubilada, comenzó su carrera con una tesis doctoral precisamente sobre los murales góticos navarros. Estudió también su comercialización entre clientes de Barcelona, aunque algunas piezas estuvieran ya mal conservadas.

            “Solo cabe decir que sería deseable la recuperación, para su estudio (si es que se conservan) de las restantes sinopias no divulgadas y su pronto regreso, junto con las que aquí se presentan, al antiguo Reino de Navarra de donde proceden y de donde no debieran haber salido”, concluye la investigadora en su trabajo sobre las Pinturas Murales Navarras. En agosto de 2007 Carmen Lacarra todavía abordó las pinturas murales de Olite en un curso de verano de la universidad privada.

            También ha habido olitenses que han escrito con sutileza. José Mª Pérez Marañón, por ejemplo, en su libro Olite, Historia, Arte y Vida de 2010 aborda las pinturas que estaban bajo la torre de la aguja, donde se halla la Virgen del Campanal que en el s XVI “fue convertida en Virgen del Rosario por el P.Bernedo”. De algunas copias dice que “están al parecer en colecciones en Barcelona” y que varios originales se atribuyen al pintor navarro Juan de Oliver por similitud con las de Artajona y Artaiz.    El periodista cuenta que los murales fueron puestos en valor por el arquitecto restaurador del Palacio José Yárnoz Larrosa, que en 1941 reparaba la torre de San Pedro y dejó escrito en la Revista Príncipe de Viana que fueron los hermanos José y Ramón Gudiol quienes con un equipo italiano separaron en 1944 las pinturas vendidas por el obispo de Pamplona por 40.000 pesetas. El autor da el nombre del párroco del momento y pone que con estos recursos se pagaron los gastos del Congreso Eucarístico de la Ribera que se organizó en 1946 en Olite.

            Pasara lo que pasara con aquello, la luz me volvió a destellar a principios de julio cuando asistí en San Pedro al funeral de Fernando Eraso Gorri, con el que de niño conocí la playa de la Concha y hasta Zaragoza, pero esa es otra historia... Mientras pensaba todo esto y recordaba a sus padres amigos de los míos miré a un lado. Allí estaba esbelta y tristemente desnuda la capilla del Campanal. Ni rastro de las pinturas. Ni huella si quiera de sus muros policromados. Solo piedra desnuda, fría. Y me acordé, ahora que han cambiado los gustos y los teóricos de la restauración recomiendan actuar in situ, que algo más se podría hacer por el Primer y Segundo Maestro de San Pedro, que para eso idearon y trabajaron duro sus pinturas en este contexto nuestro. Oro molido para la historia del arte, que se copió en un espacio artificial, reduplicó en oscuros talleres de restauración y hasta llegó a bolsillos de coleccionistas privados.

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